LA TELEBASURA, LA LIBERTAD DE EXPRESION Y EL LIBERALISMO
"Hay telebasura como hay radio basura o prensa basura, y no pasa nada. Sólo los liberales pasaremos por una vida libre, no por la copia propuesta por alguien y repetida hasta la saciedad. Sí, nos gusta la telebasura (y hablo por la mayoría, no tanto por mis gustos que a nadie interesan). ¿Y qué?. Todavía quedamos algunos a los que no nos gustan estos programas, pero nunca se nos ha pasado por la cabeza prohibirlos ni obstruirlos, ni decir lo que hay que ver o lo que no hay que ver en televisión."
Esta es la tesis que sostiene el escritor Josep María Llauradó, otra de las voces que se han alzado contra el control político en la televisión y a favor de la libertad de expresión. O sea, contra este "discurso" oficial con el que dice el autor que "están de acuerdo el Partido Popular y la coalición Llamazares-Zapatero. O sea, la gravedad es máxima. Incluso la CNT, el último bastión de la utopía, también está de acuerdo y dice en su página web que el pueblo se deja seducir por la telebasura."
La telebasura, la libertad de expresión y el liberalismo
José María Aznar ha regañado a los programadores de las televisiones, públicas y privadas, porque hay demasiada telebasura, demasiado de lo que Felipe Alcaraz define como las tres C: culos, crímenes y concursos. En este tema están de acuerdo el Partido Popular y la coalición Llamazares (IU) - Zapatero (PSOE). O sea, la gravedad es máxima. Incluso la CNT, el último bastión de la utopía, también está de acuerdo y dice en su página web que el pueblo se deja seducir por la telebasura y eso debilita la lucha social. "Organízate y lucha también contra la telebasura", añaden la CNT.
Algunos ingenuos han reaccionado con proclamas tan evidentes como inútiles. 1: Las televisiones públicas son también responsables de la proliferación de estos programas. 2: Nadie se ha atrevido a cuestionar la existencia de televisiones públicas. 3: Hay tele-basura como hay radio-basura o prensa-basura, y no pasa nada. Cuatro: las televisiones deben innovar continuamente porque la audiencia se aburre. Lo más sorprendente es que José María Aznar haya necesitado siete años, como mínimo, para darse cuenta del auge de la telebasura. ¿No ve la televisión? ¿No la ven sus hijos, familiares, amigos o asesores? ¿Nadie le había hablado de Gran Hermano, de Hotel Glam, de la cinefilia neofranquista de los sábados por la tarde, de Corazón Corazón, de Matamoros y compañía? Todavía quedamos algunos indios a los que no nos gustan estos programas, pero nunca se nos ha pasado por la cabeza prohibirlos ni obstruirlos, ni decir al personal lo que deben ver en televisión.
No ha existido, y esto es más grave, ningún agravio sobre el pretendido liberalismo de nuestros gobernantes, tan silenciado últimamente. Ya sabíamos que el liberalismo -el verdadero liberalismo, no la coartada liberal para manejar las líneas de fuerza empresarial y de la sociedad entera- iba a la baja, pero resulta que el proceso es mucho más grave: el Estado nos debe decir qué televisión tenemos que mirar, con lo fácil que es apagarla si algún programa o todos no son de nuestro agrado. Y si nos dicen qué televisión nos debemos tragar, que nadie se sorprenda cuando comiencen a insinuarnos lo que tenemos que comer o qué ídolos debemos adorar. Aquí para montar una televisión tienes que pedir permiso al Estado, igual que Galileo tenía que pedirlo a la Iglesia para publicar un libro o nuestros bisabuelos a rimo de Rivera para instalar un teléfono. Es posible –sólo posible- que la televisión deje de ser un servicio público en la nueva Ley de Radio y Televisión, pero entre los proyectos y la ley hay más de un desierto, más aún si conlleva perder el control sobre los ciudadanos a base de televisión pública: prolífica, sometida al gobierno de turno, deficitaria hasta el absurdo y hortera hasta lo sublime.
Y nadie dice nada de esta intromisión impresentable en la mente y el tiempo de los ciudadanos que representa esta imposición sobre lo que tenemos que ver el resto de los humanos. Porque ya nadie aspira al liberalismo, a la libertad mental y de los demás, ni la derecha ni la izquierda ni el centro reformista ni las camarillas que comadrean desde el paleolítico. Todos ven en estas palabras (liberal, liberalismo, libertad) la misma pólvora de enfermedad y de descomposición del orden social que ya empiezan a insinuar los americanos. Si la argumentación liberal ni aparece ya en esta polémica no es porque quieran que la televisión deje de emitir ciertas cosas ni porque se hayan preocupado, de repente, por la libertad que tienen los programadores al programar o los tele espectadores al ver lo que nos pase por las narices, sino porque algunos quieren, como siempre, que la televisión emita cosas muy concretas, los programas que desde hace muchos años llenan nuestra memoria, involuntaria e inmerecidamente: propaganda, fútbol, toros, adoctrinamiento…
Sólo los liberales pasarán –pasaremos, si se me permite el farol- por una vida libre no por la copia propuesta por alguien y repetida hasta la saciedad. Sí, nos gusta la telebasura (y hablo por la mayoría, no tanto por mis gustos concretos que a nadie interesan). ¿Y qué?
JOSEP M. LLAURADÓ (Escritor y periodista)